sábado, 26 de diciembre de 2020

FELIZ CUMPLEAÑOS

 

Déjame hoy jugar con el tiempo, el tiempo ese que descumple años, como tú, que no tienes edad, simplemente porque no importa la edad que tengas. Déjame meter en el olvido los años que restas al calendario. ¡Qué más da el tiempo cuando el tiempo eres tú!

El tiempo que aturrulla los momentos. El tiempo que te enseña amigos de verdad y amores a la deriva, te capacita para distinguir los besos de tuera o de azúcar, versículo de los años que te hacen hermosas dobleces allí donde la piel. Toque de seda.

Los años entonces son el tiempo que sí haces que pase desapercibido. Tiempo inexistente este tiempo tuyo, que sin embargo tú te crees que acumulas sobre los hombros. Los años rejuvenecen allí donde tu vida. Los años que vienen sin un nuevo mundo que se acurruca en tu regazo, los años que se van y te colman de experiencia, y son odas de memoria y rabia.

La vida continúa entonces resignada ante tu indiferencia, ante su negativa a envejecer, eterna de juventud.

Yo tampoco creo en la edad, sobre todo cuando se tienen ojos de infancia, ojos que nos miran y sonríen con las pupilas de par en par. La edad es la vida que tiene el tiempo y el tiempo no mide distancias. El tiempo lo que mide son acciones, bondades, ternuras...todo aquello intangible que nos define.

Mientras sigas teniendo curiosidad el tiempo no podrá medirse, porque es esta, la curiosidad, lo que nos diferencia, los que nos hace más jóvenes o más viejos. Pero no el tiempo, ni las edades, ni las arrugas, ni la presbicia de unas manos que siguen siendo capaces de engendrar caricias. Apogeo de vida, no vejez, la vejez para aquellos que se esconden en los temblores de unos ojos que apenas ven, pero no en los tuyos que siguen diferenciando el color de una puesta de sol, de unas nubes grisáceas que guardan una lluvia que no acaba de caer, el arcoíris de las flores, incluso el cuerpo endeble de una orquídea, tan fácil de mirar y tan difícil de ver.

Tal día como hoy el tiempo te puso en la tierra, te abrió los ojos curiosos que desde entonces andan al retortero. Tal día como hoy empezó tu vida, lo que eres hoy, aquí y ahora. Y ya mañana y siempre. Viceversa de infinito.

Tal día como hoy los cincos sentidos del mundo dieron a luz a la vida, así, como quien no quiere la cosa. Y aunque me contradiga, por esta negación inherente a mí a contar o a medir el tiempo, aunque me lluevan los golpes, ya indoloros, de aquellos que me señalan, les pongo -te pongo- en bandeja mis contradicciones para desearte simplemente, feliz cumpleaños.

viernes, 11 de diciembre de 2020

LOS FIELES DIFUNTOS



Ahora que la muerte celebra su onomástica, abriendo las cancelas de los cementerios y que toca recordar a mis fieles difuntos, tan fieles que por eso se los llevó a su vera. Ahora que la muerte te llena los ojos de pena y se te mete dentro y te saca los llantos. La muerte misma que te mira y macabra te espera y paciente te recuerda a veces que pasa a tu lado. La muerte que vive al acecho.

La misma muerte entonces que agarró a mi padre y se llevó a mi madre para que estuviera con él, tal vez por sentirse culpable de que ella fue quien los separó, allí donde esperan que pase esta vida, como un trámite injusto e innecesario.

La muerte que te revive de la vida eterna, si es que piensas que esta vida ha venido de paso, que es el futuro eterno que tenemos pendiente, la montaña movida por la fe que presume que después de la muerte vienen tiempos mejores.

No nos queda más remedio entonces que aceptarla, sentirla como nuestra, la machadiana nave que nunca ha de tornar.

La misma muerte entonces que vive distinta, dependiendo de cada cultura, dependiendo de cada pueblo, que no es lo mismo la muerte cargada de fe, que la muerte del que ni siente ni padece.

Hay quien tiene verdadera inquietud ante la muerte y se pasa la vida siendo un muerto en vida, como aquel magnífico poema de Neruda que habla de aquellos que mueren “muere quien no lee, quien no oye música, quien no se deja ayudar, quien se transforma en esclavo del hábito”, entre otras muchas cosas.

Hay quien no teme a la muerte y cuando se les arruga la piel la esperan con una sonrisa.

Nacimos para morir, eso es evidente. “Nada es tan cierto como la muerte”, dijo el maestro Séneca, el mismo que la esperó abriéndose las venas. Cada instante que pasa, cada respiro, cada risa, cada momento nos la acerca un poco más, ya depende de nosotros la longitud y las piedras que nos encontremos en el camino hacia ella.

Kierkegaard se mostraba crítico contra aquello que señalaba la muerte como algo positivo, como si se tratara de algo bello, como si el hombre cayese en un dulce sueño.

Es una obviedad que yo no sé quien tiene razón -tampoco quiero saberlo- lo que si es evidente es que al parecer no es lo mismo morir en España, que en México o en la India. No es lo mismo si muere un ateo como yo que un católico al que la fe lo lleva a ver la muerte como una espera en la habitación de al lado, allí donde algún día, según ellos, volverán a estar todos juntos. Volverán las oscuras golondrinas.

GRACIAS

 

Ya hoy, “Cálculo de derrota”, mi primera novela, está en la calle, disponible para todos aquellos que quieran dedicar su tiempo - siempre de agradecer porque no hay nada más valioso - a su lectura. Con quien lo haga tendré una deuda pendiente. Y dentro de un mes, “Siempre la duda”, un texto dramático, de drama, como dramaturgia, que se estrenará en la vecina localidad de Chiclana. Mi Chiclana. Iba a decir un texto mío, pero no es así, yo sólo he puesto la letra, el texto realmente es de Leonor Montañés, Lola García Sueiro, Gerardo Gabaldón, Fernando Fossati y María Reina...y de Luis María Rodríguez Rondán que ha puesto su enorme grano de arena componiendo una música que huele a mar. No se me ocurren mejores compañeros de viaje. ¡Y mira que es difícil que yo no ponga una mala cara!, pues nada, ni yo ni ninguno de ellos, lo cual significa mucho.

Todo esto viene a colación para contaros un poco sobre la ilusión, ya que esta mezcla de hechos y personas generan eso, ilusión. La ilusión de ver a gente que espera impaciente ojear el puñado de páginas de la novela, y que así te lo hagan ver y sentir -una ilusión contagiosa en este caso -, la ilusión de ver como tus palabras, tus acotaciones y tus pensamientos pasan de tu cabeza a un folio, y de ahí a un escenario - hecha magia en este caso -, la ilusión de cruzarte con personas que también la tienen y se les nota.

La ilusión tiene nombre de mujer, no hay nada entonces más femenino, es una esperanza, la esperanza de que suceda algo que se desea y se persigue, algo que es tremendamente atractivo para quien lo persigue. Es también un sentimiento de alegría por la satisfacción que te invade al lograr un objetivo, al conseguir eso que se desea intensamente.

René Descartes, escéptico como nadie, luchó contra ella y lo hizo con que se llama la la duda radical – siempre la duda – de aquellas ideas preconcebidas que lo alejan, según él, de una visión clara de la verdad. Todo aquello de lo que se dude, decía, debe ser considerado falso. Y por eso he soltado el lastre de algunas personas de las que he dudado siempre, porque creo que el maestro tiene razón, al menos en ese caso.

A punto estaba de hacerme ermitaño, pero habéis aparecido para empujarme de lleno y seguir. Y seguir con esa novela y con esa obra. Y lo que rondaré. Ya mañana el tiempo dirá, cuando los de la eterna duda de siempre apunten a la sien con el gatillo de la crítica infundada. Pero ya da igual, yo ya tengo la ilusión puesta allí, con vosotros, donde una novela y una obra de teatro me esperan a la vuelta de a esquina. Gracias. Gracias por la ilusión mía...y también vuestra. Una ilusión compartida es siempre una doble ilusión, fuegos de artificio para la vida.

LA RELIGIÓN DE LAS PALABRAS

 

Amo las palabras. Ojalá pudiera ponerlas todas en un texto, con su sonido y su significado, con lo que dicen y lo contrario. La palabra omnisciente que todo lo abarca, que todo lo abraza, que todo lo alcanza. Ellas lo son todo, poema incluso. Canción sin música, melodía de lo bueno y de lo malo.

Me santiguo ante ellas, siempre presentes. Significancia y significado de lo que nos rodea. La voz del que escribe, y también del que lee. También conciencia. También miedo. TODO.

A veces inesperadas, a veces pacientes, a veces susurro y otras grito. Hay algunas palabras imprescindibles, hay algunas palabras malsonantes. Cantón independiente de mis penas, bandera blanquinegra de mi patria, religión de los que sólo creemos en ella, en lo que dicen y en el silencio que guardan cuando callan.

Hay palabras que dan miedo, sin embargo: la enferma, el dolor y la muerte, la miseria, el fascismo, por ejemplo...y la desgracia. Hay palabras que enamoran, misiva de amor, poema y algunas miradas. Y palabras que suceden cual si no pasara nada.

Me gusta recrearme en ellas cuando están en tu cuerpo, en tu piel, dentro de ti, en la sonrisa en canal que te atraviesa la cara. Me gusta cogerlas al vuelo cuando mi musa me las acerca para que las aparee, palabra con palabra, manchando el folio en blanco que impaciente las espera, virginidad rota de su blancura inmaculada.

Tengo fe en la palabra, en aquellas que dependen del lugar que ocupan y cambia su significado si las cambia de lugar, de tono, o incluso de otra palabra. Que no es lo mismo izquierda que derecha aunque las dos son palabras que cambian según quien las dispara.

Puede ser vocablo, adjetivo, verbo, carne y hueso, sangre, tú, y puede incluso ser nada. Puede ser también palabra y su antónimo, verbo que se calla.

Y eco, y juramento, y promesa. Mojadas por la lluvia, mecidas por el aire, olvidadas por el tiempo, agarradas por tus manos, pronunciadas por tu risa, eternas, divinas y humanas.

Efímera, masculina, femenina, inefable, perenne, compasiva, ojalá, infinitas, soledad incluso, meliflua cuando eres tú quien las pronuncia, desgracia cuando sale de la voz del que maltrata. Y ataraxia, y arrebol del cielo cualquier tarde, y esdrújula y aurora y nostalgia.

Palabras. Punto y final...mi único dios omnipresente...¡oh, palabras!, que nunca se las lleve el viento, que entonces se queda el mundo vacío.

LADRONES DE SUEÑOS

 

Una vez soñé que leía todos los libros del mundo, que el tiempo era infinito y que las agujas del reloj se hacían eternas. Una vez soñé que descubría las madrugadas quedándome despierto para ver dormir a la persona que entonces parecía la más especial del mundo. Una vez soñe que acababa todos los poemas porque entonces existían sólo los finales felices.

Y soñé con puestas de sol que no cegaban, con silencios irrompibles que no ensordecían, y con preguntas que no eran impertinencias... y con abrazos que no eran hipocresías. Soñé también que los detalles no eran insignificantes, y que las miradas venían de frente, sin tapujos y sin miedos.

Una vez soñé que los sueños eran reales.

Hasta que descubrí la palabra tarúpido y supe que hay personas que tienen como único objetivo la infelicidad ajena, que disfrutan apagando sueños, ladrones que merodean a nuestro alrededor y que sólo reflejan en nosotros sus propios miedos, sus propias debilidades, sus propias frustraciones. Su propia cobardía. Gente tóxica.

El sueño es siempre el principio de algo, sólo depende de ti que que ese algo sea más, que se quede en el camino o que se acabe antes de empezar. Decirte que luches es obvio, pero yo te lo repito para luchar contra esos demonios que te gritan al oído que no puedes hacerlo. Claro que puedes, si quieres. ¡Adelante!, no hagas caso de esos que te dicen que ni lo intentes, que su mediocridad no allane tu morada. Ellos temen tu sorpaso, ellos que se han quedado en el camino y harán todo lo posible porque tú también te quedes. Su egocentrismo y su complejo de inferioridad no soportarían que tú lo consiguieras.

Y ten en cuenta otra cosa, esos mismos que han intentado detenerte justificando sus actos con lo que ellos llaman realismo, son los mismos que luego te esperarán apuntándote a la sien, para luego, decir que te advirtieron. Porque ellos se permiten el lujo de evaluar tus palabras y tus hechos...y lo que es peor, ponen nota incluso a lo que no haces.

Huye...huye de esa gente. Huir en este caso es la mejor opción, quizás la única. Aunque se servirán de artimañas para hacerte sentir mal...siempre encuentran la forma.

Una vez soñé...una vez anduve por la vida lleno de sueños, de ilusiones y gente de esa ralea me impidió seguir haciéndolo. Menos mal que a aprendí la lección y los recuperé pues no hay nada más triste que vivir sin la ilusión y sin la lucha que supone alcanzar un objetivo. Pero es cierto que para lograrlo tuve que soltar lastre y dejar cosas y personas en el camino, algunas incluso a las que quería. Pero no quedó más remedio.

Aférrate a tus sueños, a tus ilusiones. Y persigue hasta la extenuación aquello que deseas.

No es que los sueños se hagan realidad, es que los sueños son realidades.

viernes, 4 de diciembre de 2020

LA LETANÍA DE LO QUE NO PUEDE COMPRARSE

En este mundo atestado de materialismo y tan sibarita, por desgracia carecen de importancia esas cosas esenciales, invisibles a veces, que por el simple hecho de no tener precio no son valoradas por aquellos desafortunados de corazón, aquellos que tienen el alma en bancarrota la peor de las ruinas. La peor de las miserias.

Esa mirada que barrunta una rima consonante, el mar atravesando las entrañas de la tierra, las olas haciendo ruido a la orilla de la noche, la madrugada apareciendo allende el cielo se pinta de celeste, el tiempo que late insistente sístole y diástole donde habita el amor, el sueño remoloneando entre las sábanas, un abrazo curando cicatrices, el vis a vis de tus ojos con mis ojos, el reencuentro de esperanzas perdidas, el arrabal de tus dedos apagando mi piel, el ronroneo de la música que se confunde con tu voz, tu voz que se confunde con el aire.

El petricor cuando el agua anega las tardes de entretiempo, los colores del ocaso encendiendo el instante que precede a la noche, los gajos de estrellas asomadas a la vera de la luna, la vida que me queda por sentir, la vida que me queda por pensar, la otra vida que vendrá después de que mis ojos hagan mutis por la oscuridad infinita.

Las flores posando en la paleta de un jardín en primavera, la cama deshecha después de la batalla, tus labios haciendo enroque con los míos, los pájaros componiendo una melodía, el almanaque contando el tiempo que queda y el tiempo que pasa.

El eco de tus suspiros, la duda razonable, la fe que mueve montañas, el silencio voluntario que reinicia mis momentos, el deseo de tenerte entre mis brazos, la costumbre que he hecho de quererte, la nostalgia de cualquier tiempo pasado, mejor o peor, el calor de tu aliento cuando sucede un susurro, el miedo cuando apartas la mirada, los celos cuando callas porque estás como ausente, los sietes que ajirono a las banderas, la memoria que aterriza donde el tiempo, el olvido que aterriza en la memoria, los “te quiero”, los “lo siento”, los perdones.

Un ojalá temblando de ilusión, el infinito al final de tus piernas, el redivivo sueño de desnudarte, la rueca de mis manos en tu pelo, la sapiencia que razona libremente, el órdago que lanzo con palabras, el verso libre que sale desde dentro.

Y tu sonrisa abriendo en canal la vida.

Ahí tienes una letanía de cosas que no se pueden comprar con el maldito dinero. Verbigracia.

EQUINOCCIO

 

La llegada del otoño empuja a los estados melancólicos y por eso hago inventario de sentimientos en este equinoccio que se asoma por el calendario. Por este otoño enfermo que nos acerca un poco antes al aire oscuro que pinta las noches. Recapitulo.

Me he enamorado muchas veces y siempre he tenido la impresión de que he querido más de lo que me han querido, lo que me ha producido la agridulce sensación de la pena y la satisfacción. Por amor he dejado otras cosas importantes en el camino.

He visto la muerte de cerca y el hambre ajena me ha dado más lástima que la mía – hambre de comida y de otras cosas que también alimentan -. He puesto gotas de agua allí donde la sequía lo inundaba todo de pobreza. Cada vez creo menos en la palabra. Me ha demostrado la vida que los peores son los que pregonan odiar lo evidente. Tengo apego a los abrazos de la gente a la que quiero. Aborrezco todo bien material con la única excepción del tiempo y creo que ha llegado la hora de cambiar algunas cosas – y algunas personas – de lugar y/o de forma. Necesito respirar.

Tengo incontinencia sentimental y por eso tengo que aprender a callarme algunos te quieros, incluso a riesgo de que ese silencio sea luego utilizado en mi contra. Adoro las puestas de sol, preferiblemente si vienen sonando a marea. Prequiero muy rápido y desquiero demasiado lento, a veces en exceso. Me causa una enorme tristeza haber dejado de amar las veces que lo he hecho, pero entendí que era entonces necesario. No recuerdo la última vez que me dormí sin pensarte. He dejado al tiempo en presente para no herirme de pasado y no olvidar mi futuro. Sigo mojando mi cara con algunas historias y algunas injusticias. Acabo de releer el Quijote para descubrir cosas que no descubría de niño. Te necesito cerca.

Requiero – del verbo requerer – los momentos contigo. Soy incapaz de imaginar el mundo sin aquella primera mirada tuya. Pienso que la lealtad debería ser el motor del mundo, no sólo de mi mundo. Soy adicto al sabor de tu piel. Tengo un hueco detrás del estómago que suena a vacío. Me encanta oler tu pelo, sin que te des cuenta, cuando te abrazo.

Reivindico mi derecho a soñar una noche contigo. Tengo un puñado de ideas sin empezar siquiera, una puesta de sol que iba a ser hoy, equinoccio contigo sin ti. Me considero culpable de amor, con alevosía.

Pero de un tiempo a esta parte las fuerzas flaquean, la luz se apaga, se enciende, se apaga, se enciende, se apaga... pero todavía resiste por esta cualidad mía de seguir luchando, amando por encima de todas las cosas, sabiendo que hay vida mientras hay esperanza. Como una vela que se consume. Como el fuego cuando le falta el oxígeno. Como un llama, cada vez más endeble, débil por agotamiento. Como el sol, que ahora se marcha para encenderse en otros lugares donde lo esperan para la vida.

LOS CONSEJOS DEL QUIJOTE

Antes de que el escudero Sancho Panza entrara a gobernar su ansiada ínsula de Barataria, nuestro querido e ingenioso hidalgo don Quijote, hombre cultísimo donde los haya, le dejó como consejo un decálogo inspirado en un marco axiológico (esa rama de la filosofía que se encarga de estudiar los valores y, por ende, de los juicios valorativos) que tanta falta hacen hoy en día.

Lo más destacado de esa retahíla son los consejos espirituales en los que pone esa axiología al servicio del desempeño público.

En ellos don Quijote actúa como maestro, le habla con un profundo afecto – todo el que le permite su condición enajenada – tratándole incluso con el calificativo de “hijo”.

Lo primero, le dice, es “temer a Dios”, una profunda huella cristiana que asegura que el temor conduce a la sabiduría y ésta hace que el ser humano no se equivoque.

Lo siguiente que le aconseja es el autoconocimiento, “el más difícil conocimiento”, esencial en el proceso de formación. Quien trata de crecer más allá de sus posibilidades lleva sobre sus hombros el riesgo seguro de fracaso. Un camarón no puede tener el tamaño de una langosta sin lastimar su cuerpo. Este consejo, sin embargo, no es un desprecio a los orígenes humildes, sino una advertencia para los soberbios que actúan olvidando su pasado.

“Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje...” dice a continuación, ya que la condición humana es muy propensa a la critica así que, si nos anticipamos a los demás y somos nosotros mismos los primeros en reconocer nuestros errores y defectos, los dejaremos sin argumentos; al ver que es algo que no nos preocupa, ellos no podrán deleitarse de nuestro mal.

“La sangre se hereda, actúa por medio de la virtud y haz hechos virtuosos, así no tendrás que envidiar a los que son príncipes y señores. La sangre se hereda y la virtud se aquista. La virtud vale por si sola lo que la sangre no vale”.

El respeto a la familia es básico, incluso cuando los miembros de ella sean muy humildes.

“Nunca te guíes por la ley del encaje”, “hallen en ti compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia que las informaciones del rico”, procura descubrir la verdad.

Si hay que escoger entre el rigor y la compasión inclínate siempre por lo segundo. Ser compasivo supera las exigencias de quien desea destacar por un rigor excesivo.

Y “si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”.

Cuando hagas justicia aparta la injuria y fíjate en la verdad del caso, que no te ciegue la pasión propia.

Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, al contrario, muéstrate piadoso y clemente.

Y “serán luengos tus días, tu fama será eterna, tu felicidad indecible”. Palabra de loco, sentencias en cambio llenas de cordura. Alguien debería tomar nota.

HOY ES SIEMPRE TODAVÍA

 

El ruido incesante del despertador me trae, tantos años después, la voz de mi madre, esa voz irrecuperable que mientras cantaba preparaba el desayuno, ese recuerdo que se asoma al tiempo. Un desayuno distinto, con nervios, con el sueño metido todavía en los ojos. Me despertaba con la ilusión y las ganas de ver a los amigos y compañeros; a los maestros, a la niña más guapa del mundo de entonces y a seguir soñando -despierto- con que alguna vez me mirase. Ya lo de robarle un beso era algo más que una utopía.

Recuerdo todavía el olor de los libros nuevos, mi perfume favorito, efluvio de la sabiduría; me hice adicto en cambio al de las gomas de nata, alguna vez incluso tuve la tentación de morderlas. Recuerdo los nervios a flor de piel por las ganas de abrazar de nuevo a los amigos, de compartir un trozo de bocadillo, de celebrar los goles con los compañeros, de enviar esa declaración de amor metida en un papel doblado mil veces. Recuerdo todavía esos pequeños placeres.

Fui creciendo, y la niña más guapa del mundo se convirtió en una maestra que me quitaba el sueño y manipulaba mis hormonas. Pero la ilusión era la misma. La ilusión del primer día. Las mismas ganas de abrazar a los amigos, un abrazo que daba la bienvenida, un abrazo es un poema de amor escrito en la piel. Y aunque hay cosas que el tiempo había borrado, seguían todavía el olor de los libros, el ruido de la tiza arañando la pizarra, las ganas de amar, los ojos atentos a un mundo que se seguía abriendo en canal mientras algunos hacíamos planes de vida, un mundo que yo a veces quería ver a través de la ventana, por eso, otro de mis pensamientos era si el nuevo aula tendría ventanas que dieran a la calle.

Y ahora que ya la vida decae, hoy es siempre todavía. Y es mi hija la que desayuna, con el mismo sueño que yo entonces, y me asalta a preguntas: si tendrá la misma profe, si habrán cambiado de clase a alguna de sus cuatro mejores amigas, si seguirá en su curso el niño que le hace tilín en su pequeño corazón, aún virgen de penas y quebrantos. Tantas dudas, tantas preocupaciones, tantas preguntas.

Y me ha partido el alma el gesto triste de su cara cuando le he dicho que tenga cuidado, que no abrace a la maestra cuando llegue, que no juegue con sus amigas si no es a una distancia prudente, que por supuesto no comparta el agua ni el bocadillo. Y ella en cambio lo ha entendido. Y su última pregunta antes de salir de casa ha sido si se le olvidaba el lápiz, la goma, los colores, la libreta... Y la mascarilla.