viernes, 4 de septiembre de 2020

29 de agosto de 2020.- LUNA LLENA POÉTICA EN CONIL DE LA FRONTERA

De todos los momentos vividos alrededor de la poesía el de ayer fue, sin duda, especial. Ver a mi hija compartir conmigo ese instante, verla leer dos poemas míos, verla ser protagonista, verla nerviosa antes, durante y después...eso ya es inolvidable. Ella quedó encantada, yo también. esto, sin duda, me da vida y ganas de seguir.



Ana Rojas Gatica

Ana Rojas Gatica

VENDIMIA

Fotografía de Leonor Montañés Beltrán

Cuando llega septiembre el aire huele a mi infancia y mi infancia huele a uva recién cortada. Un tajo que cercena la viña y corta de cuajo la fruta redonda que es pan y veneno. Pan de los jornaleros - de jornal, una de las palabras del diccionario de mi niñez -, veneno en cambio de aquellos que fueron y son adictos al zumo que se le mete en las venas y le empapa la sangre, y el hígado. Huelen septiembre y mi infancia también a bodega, a rancio abolengo, a moscatel, a vino dulce, a fino, a oloroso, a amontillado; a temporeros cortando la uva a pleno sol, sol que se mete en la piel y la riega con agua convertida en sudor.

La vendimia es el momento clave, lo que marca el futuro y la calidad del vino. La uva cortada a mano, de manera tradicional. La uva que a los niños nos sabía a gloria cuando robábamos a los camiones cargados, y que luego nos comíamos sin miramiento. Aún me huelen las manos a azufre, otro de los olores de septiembre.

Vendimia, que viene del latín “vindemia”, formados por vihum, que sigmifica vino y demere, que es cortar. Lo que sería cortar el vino, quitar el racimo de la vid. Caldo de los dioses. La vendimia es sinónimo de trabajo. Horas y horas cortando. El calor es lo menos, aquí lo que importa son las manos del hombre currando a destajo. Capazos y capazos llenos, uno tras otro. Gajo a gajo, racimo a racimo.

En el campo estallan las cepas, racimos con uvas, uvas que llevan dentro la sangre dulce, tan dulce que a veces se vuelve amarga. Sangre preñada de risa y de llanto, de alegrías y penas, de duelos y fiestas, de amores olvidados, de corazones rotos.

Bendito fruto del color de la sangre, sangre que llena barriles que hacen la vida sin término medio, o alegre o triste, o a veces ruina.

Vino que apaga la memoria y dice verdades.

Ahora todo es distinto. Y me causa una enorme tristeza ver a los temporeros durmiendo en la calle o hacendados en cuchitriles de mala muerte, sin agua siquiera, para ser explotados, esclavos del trabajo y de la miseria de un empresario sin escrúpulos ni dignidad que abarata los costes a costa del hombre. Y que luego vende una botella por miles de euros. O no te la venden porque lo suyo es alardear de que sólo los que son como él pueden pagarla. ¿Y cómo eres tú, rico o usurero?

MAR DE OTOÑO

Fotografía de Leonor Montañés Beltrán

Ahora que hace mutis este verano tan distinto y llega septiembre a guardar el calor para el año que viene, ahora que las noches crecen y el sueño es más fácil de conseguir, ahora que empieza todo de nuevo, ahora es cuando yo vengo a estar contigo, mar. A solas. A recrearme en ti. A mirar como haces pedazos los rebordes de la tierra y la obligas a ser orilla. A nadar contigo, cada brazada es un abrazo. A hincar mis manos en tu arena, cada cavada es una caricia. A embelesarme y que me sigas pareciendo, como siempre, un trozo de cielo que ha bajado y ha venido a verme. A sentirte en cada bocanada de salitre que respira mi piel. A simplemente hacerme contigo compañía.

Y cuando vengo a esta playa de otoño, en este septiembre que siempre ha sido el principio de todo. Génesis de la rutina, este año principio también de otra incertidumbre. Cuando vengo a esta playa y veo entonces que las olas bailan la melodía que sopla el viento, que te tragas la luz de cada día, que me evades de la realidad que la vida me sugiere. Aquí me tienes mar de otoño, como te he tenido siempre. Tu eres beso, deseo, pensamiento, recuerdo entonces, olvido luego. Vaivén que va y viene. Cierro los ojos. Respiro. La espuma tiene dibujados exámetros de plata y deja sus huellas en las olas, y las olas dejan sus huellas en mis huellas. La brisa me ciñe la camisa. El agua me entierra los pies. Oigo tu rumor esconderse dentro de una caracola. Oirte susurrar, mar, es una nana para el alma, para esta soledad voluntaria que arranca de cuajo los malos momentos. Las nubes tapan el fin del mundo.

Cierro los ojos. Respiro. Me agarro a tu arena desierta. Me aferro a ti. Otra vez has consumido mi tristeza, como siempre, como tantas veces, como tantos años.

Supe una vez que el agua salada cura todos los males, bálsamo de Fierabrás, poción mágica que alivia también los dolores de dentro, los que a veces no se ven. El maestro Platón lo dijo en una de sus obras: “El mar todo lo cura”, Homero hizo que Ulises se bañase en agua de mar para fortalecerse. Dos botones de muestra.

Hay tres maneras de conseguir agua salada: a través del sudor, a través de las lágrimas y a través del mar. ¿Quien no ha sudado una gripe?, ¿quien no se ha desahogado con un llanto?, ¿quién no ha sentido alivio de pena paseando por la playa? La playa es mar. El mar es todo. Y tenemos la suerte de que nos rodea. Un centro de talasoterapia infinito. A disfrutarlo. Ahora que septiembre hace de él un paraíso cercano.

DE CUANDO EL TIEMPO PASA

Fotografía de Leonor Montañés Beltrán

Allí está, a la orilla de la playa, con el agua lamiéndole los pies, con la sonrisa escondida, con la mirada afilada por los años. El tiempo se la comido lentamente y se ha instalado en su cuerpo: en el relieve de su piel, orografía de una experiencia que se acumula en los alrededores de su cara; en sus ojos con marcas de risas y de lágrimas; en los huesos enmohecidos de tantos inviernos; en las mañanas eternas que empiezan en la misma madrugada; en el olvido haciendo un nido en su cabeza; en los temblores que le ametrallan las manos; en la desnudez que vuelve la cara a los espejos; en las canas, maleza del tiempo que le aturrulla. Los años sí, han llegado ya después de una lucha incesante para sacar adelante la vida, esa que ahora le mira con respeto. La zona cero del tiempo.

No le pasa nada, tan solo está gastada, tan solo acumula cansancio, tan sólo está ante un destino inevitable. Se ha ganado a pulso las arrugas, el tórpido caminar que le hace más larga cualquier distancia y por eso desenvaina el báculo cuando, ya en la arena, se ayuda para la vida.

Ella, la dueña del tiempo que le ha abotonado la sonrisa, la misma que alguna vez tuvo mal genio, alguna vez derrochó ternura, alguna vez estuvo a punto de morir, alguna vez vivió un guerra, alguna vez una posguerra, alguna vez fue todo y alguna vez fue nada. Y ahí la tienes, disfrutando en cambio del tiempo libre que se ha ganado, de la vida que le queda, que ojalá sea mucha, que ojalá sea eterna. Yo la miro con todo el respeto y admiración, con todo el cariño que merece.

Al otro lado estás tú, riéndote de ella, con tu aberrante decadencia cultural, con tu juventud, y sería injusto no decirlo, con tu belleza – aunque lo que ha levantado tu hermosura ha derribado tu obra -, incapaz de saber que esas dos cosas serán lo primero que pase en tu vida y ya no quedará de ti nada, porque no te quedan valores.

Como digo estás tú, poniendo en duda su derecho a seguir viviendo, justificando con ella la ruina de un país al que, sin embargo, habría que ver lo que tú le produces, pero ese es otro tema. Tus frases lapidarias: “los ancianos viven demasiado y son un gasto innecesario, que si pensiones, que si gastos en medicinas. Habría que dejarlos morir, o sacrificarlos” se me clavan en lo poco que me queda ya de alma. Alma que me ha robado ya gentuza como tú, y como esos que están contigo y te ríen la gracia. La gracia que no tiene gracia ninguna.

Sacrifícate tú, te diría, pero nunca he deseado para nadie la pena de muerte, aunque es verdad que hay muertes que no me dan pena.

Y sólo me queda mirarte de reojo descubriendo el vacío que tu única neurona produce en tu cerebro, oyendo como tienes faltas de ortografía incluso cuando hablas. Y a ella en cambio, la veo alejarse del mar con la ayuda de aquellos que todavía la quieren, porque con los años también ha sabido ganarse el cariño.

Aprende. Aprende de esos años, de ese tiempo, de esa vida, de esas manos.