Tengo algo que decirte. No
es ésta la forma que tenía pensada para hacerlo, tal vez tampoco sea el momento.
Me hubiese gustado decírtelo a solas, con la tarde cayendo por donde tus ojos, ya
con la certeza de que todo estaba superado. Aunque no lo creas a mí me gusta
mirar a los ojos, es la mejor manera de decir las cosas, de acariciar, de
callar, de sentirse mutuamente. Ya quedaba poco, apenas tres raciones de tiempo,
tres migajas que iba a cambiarte por toda una eternidad, pero no, no se puede
medir el tiempo.
Sé que cargas a las
espaldas muchas mentiras, sé que no ha sido fácil para ti, sé de tus tristezas,
sé de tus miedos, sé de todo aquello que te ha roto el corazón y las entrañas. Pero
sé también de verdades, de alegrías, de risas, de trocherías que hacían
que cada noche, por muy difícil que fuera, tuvieras una risa por almohada, una
risa y un abrazo, un abrazo y un beso, un beso y tantas cosas que ahora parecen
que tampoco importan.
No era el momento, hubieras
salido huyendo, el mundo está lleno de interpretaciones. Al mundo y a la vida
le faltan palabras. Esas palabras, me reitero, que se dicen mirando a los ojos,
sujetadas por la comprensión, apoyadas con una media sonrisa y un abrazo de
esos que te reinician, que te curan de la enfermedad del miedo.
Ambos tenemos lastres que
hay que dejar en el camino, cargas que nos hacen cometer errores, motivos para
desconfiar, pero también para todo lo contrario. Ambos tenemos ganas de vivir,
de pasear por la vida respirando paz, de ajustar las cuentas con el patrón de
lo imposible.
Tengo algo que decirte. Lo
haré, si quieres, tantas veces como sea necesario. Pero a solas, a los ojos,
con caricias, en silencio, sintiéndonos el uno al otro. Así parece más difícil,
pero es más fácil. Ahora mismo la vida está como quieta, veremos mañana.
Déjame que te lo diga de
la única forma que sé, jugando con las palabras, corriendo el riesgo de que no
sea el momento. A veces, no siempre, es lo que parece.